Terminamos un año difícil por el estallido social, por la pandemia que nos acecha y por el cuestionamiento –con razón o sin ella– de la mayoría de las instituciones del país, incluyendo las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile. Con toda seguridad hubiéramos querido vivir y trabajar de otro modo y en instituciones que no estén cuestionadas, pero los acontecimientos vividos nos han impuesto formas y ritmos distintos a los que estábamos acostumbrados.
Sin embargo, la vida nos enseña a hacer de la dificultad una oportunidad. Pero por nosotros mismos, ¡sin duda que no podemos!
Necesitamos a Quien nace de lo alto y que no es una idea o un proyecto o un remedio que anula mi respuesta responsable ante las circunstancias que nos tocan vivir. Necesitamos a Jesucristo, el Hijo de Dios, que al nacer de María y ponerse a nuestra disposición, compendia en sí todas las historias de tragedia de la humanidad, como lo reveló en la Cruz, pero también todas historias de realización y plenitud, como lo reveló con su Resurrección.
Nace el Hijo de Dios y lo hace como «puente» que une al ser humano y nuestra debilidad con Dios y su plenitud. Por el Niño Dios, suben al Padre mis esperanzas y dificultades; por el Niño Dios, descienden del Padre la sabiduría para discernir hacia dónde dirigir mi vida, su misericordia que perdona mis debilidades y su fortaleza para no quedarme tirado a orillas del camino de la existencia.
Si la vida cotidiana no se comprende en comunión con el Hijo que el Padre Dios nos regala, se vuelve líquida y opaca, quizás llena de logros profesionales, pero mediocre en nuestra vocación fundamental, la de persona–cristiana que aporta lo mejor de sí para el crecimiento y felicidad de su familia, de su institución y de Chile, su patria. Sólo la capacidad de darnos para que otros sean felices y crezcan como seres humanos, vocación que Dios nos regaló, da sentido a la existencia y la colma de alegría.
El Papa Francisco me acaba de pedir un nuevo servicio eclesial como obispo de la Diócesis de Valdivia. Aprovecho esta linda fiesta de Navidad para confesarles que mi servicio en el Obispado Castrense de Chile, imposible de realizar sin los capellanes, los agentes de pastoral y el personal del Obispado, ha sido de un continuo crecimiento como pastor en una Diócesis, la castrense, que cuanto llegué poco conocía. Pero esto no es lo más importante, sino la gran riqueza humana, cristiana y profesional que he encontrado en tantos militares (FF.AA.), carabineros y sus familias. Me voy del Obispado Castrense con la invaluable experiencia de ser un pastor «pastoreado» por sus fieles, lo que les agradezco de corazón.
Les pido que me tengan siempre presente en sus oraciones para que pueda vivir inserto en la diócesis de Valdivia, mi nueva comunidad eclesial, como discipulado misionero del Señor Jesús y ejerciendo el servicio de pastor de la Iglesia. Por mi parte, los tendré siempre presente ante el Señor Jesús en mis oraciones.
«Navidad» es la Buena Noticia que debe inundar el corazón y la familia de todo militar, marino, aviador y carabinero. Un Niño nos ha nacido como regalo divino de paz, y nuestro más hermoso deber es ser instrumentos de paz.
¡Una feliz Navidad y un bendecido año 2021 para cada uno de ustedes, sus familias y sus instituciones!
+ Santiago Silva Retamales. Obispo General Castrense de Chile
Obispo electo de la Diócesis de Valdivia
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