Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
“Quien reza no deja nunca el mundo a sus espaldas. Si la oración no recoge las alegrías y los dolores, las esperanzas y las angustias de la humanidad, se convierte en una actividad “decorativa”, intimista. Todos necesitamos interioridad: retirarnos en un espacio y en un tiempo dedicado a nuestra relación con Dios. Pero esto no quiere decir evadirse de la realidad”, así dijo el Papa Francisco, en la catequesis, hablando sobre la oración.
En la oración, Dios “nos toma, nos bendice, y después nos parte y nos da”, para el hambre de todos. Por tanto, “todo cristiano está llamado a convertirse, en las manos de Dios, en pan partido y compartido”. Además, dijo el Papa que si se odia no se puede rezar; si se es indiferente no se puede rezar. “La oración sólo se da en el espíritu del amor. Los que no aman pretenden rezar, o creen que rezan, pero no rezan porque les falta el espíritu, que es el amor”.
Hombres y mujeres de oración
Los hombres y las mujeres de oración buscan la soledad y el silencio, no para no ser molestados, señaló el Papa, sino para escuchar mejor la voz de Dios. Para ello, a veces se retiran del mundo, en lo secreto de la propia habitación, como recomienda Jesús mismo, pero, allá donde estén, afirmó, tienen siempre abierta la puerta de su corazón: una puerta abierta para los que rezan sin saber que rezan; para los que no rezan en absoluto pero llevan dentro un grito sofocado, una invocación escondida; para los que se han equivocado y han perdido el camino… “Cualquiera puede llamar a la puerta de un orante y encontrar en él o en ella un corazón compasivo, que reza sin excluir a nadie”.
Y es que como dijo el Santo Padre, en la soledad se separa de todo y de todos para encontrar todo y a todos en Dios. Así, “el orante reza por el mundo entero, llevando sobre sus hombros dolores y pecados. Reza por todos y por cada uno: es como si fuera una “antena” de Dios en este mundo. En cada pobre que llama a la puerta, en cada persona que ha perdido el sentido de las cosas, quien reza ve el rostro de Cristo. El Catecismo escribe: «Interceder, pedir en favor de otro […] lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos» (n. 2635).
"A la oración le importa el hombre. Simplemente el hombre. Quien no ama al hermano no reza seriamente. En la Iglesia, quien conoce la tristeza o la alegría del otro va más en profundidad de quien indaga los “sistemas máximos”. Por este motivo hay una experiencia del humano en cada oración, porque las personas, aunque puedan cometer errores, no deben ser nunca rechazadas o descartadas".
El creyente reza por todos
El Pontífice en su catequesis recordó además que cuando un creyente, movido por el Espíritu Santo, reza por los pecadores, no hace selecciones, no emite juicios de condena: reza por todos. Y reza también por sí mismo. En ese momento, dijo, sabe que no es demasiado diferente de las personas por las que reza. Y afirmó que la lección de la parábola del fariseo y del publicano es siempre viva y actual: nosotros, afirmó, no somos mejores que nadie, todos somos hermanos en una comunidad de fragilidad, de sufrimientos y en el ser pecadores. Por eso una oración que podemos dirigir a Dios es esta: “¡Señor, no es justo ante ti ningún viviente (cfr Sal 143,2), todos somos deudores que tienen una cuenta pendiente; no hay ninguno que sea impecable a tus ojos. Señor ten piedad de nosotros!”. El mundo va adelante gracias a esta cadena de orantes que interceden, manifestó, y que son en su mayoría desconocidos… ¡pero no para Dios! "Hay muchos cristianos desconocidos que, en tiempo de persecución, han sabido repetir las palabras de nuestro Señor: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen»"
Porque como dijo el Papa el buen pastor permanece fiel también delante de la constatación del pecado de la propia gente: continúa siendo padre también cuando sus hijos se alejan y lo abandonan. Persevera en el servicio de pastor también en relación con quien lo lleva a ensuciarse las manos; no cierra el corazón delante de quien quizá lo ha hecho sufrir. y la Iglesia, en todos sus miembros, tiene la misión de practicar la oración de intercesión. En particular, dijo por último Francisco, tiene el deber quien está en un rol de responsabilidad: padres, educadores, ministros ordenados, superiores de comunidad… "Como Abraham y Moisés, a veces deben “defender” delante de Dios a las personas encomendadas a ellos. En realidad, se trata de mirar con los ojos y el corazón de Dios, con su misma invencible compasión y ternura. Todos somos hojas del mismo árbol: cada desprendimiento nos recuerda la gran piedad que debemos nutrir, en la oración, los unos por los otros".
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