Para muchas personas que vivimos en Chile, lo que ocurrirá en nuestro país la próxima semana será una verdadera fiesta familiar.
Ante la visita del Papa Francisco evocamos la experiencia maravillosa de un «hogar» que se prepara para recibir a uno de los suyos.
Lo primero que le diremos es que «a su casa nomás llega». Y lo esperaremos con lo mejor de nosotros, como ocurre en los grandes acontecimientos familiares, particularmente cuando se espera a un pariente querido que por primera vez nos visita.
Cuando el momento del encuentro se acerca, el corazón se ensancha con el propósito de guardar cada una de sus palabras y gestos, porque es «un pariente» que realmente se quiere ver, abrazar, escuchar, festejar. Más aún, lo esperamos con inmenso cariño, porque viene a regalarnos una Buena Noticia: que Cristo ha muerto y resucitado por mí y por ti, que Él nos acompaña en el camino de la vida y nos pide construir la paz y la felicidad como los bienes comunes más apreciados por todos, y que esta Buena Noticia es particularmente para los postergados y los pobres.
Porque al país y a la Iglesia, que es familia, nos visita el Papa Francisco –un «pariente» esperado con gran anhelo que es padre y hermano– hemos querido «preparar» su encuentro con nosotros y no sólo «organizarlo». Y en cada paso que hemos dado, desde cada uno de los equipos que trabajan los preparativos, hemos procurado imprimir este sello de espiritualidad y fraternidad, del hogar y la comunidad que se preparan para escuchar al mensajero que nos viene a hablar del Resucitado, fuente de paz y felicidad.
Toda la cuidada planificación que la Iglesia y el Estado de Chile, como una sola familia, hemos venido trabajando hasta hoy, tiene un solo sentido: disponernos con nuestra mejor voluntad a escuchar a Cristo que nos habla por su Vicario, el Papa Francisco. Escuchemos lo que Cristo nos dice mediante Francisco, no lo que nosotros queremos escuchar. Con humildad, pensemos que sus interpelaciones son para cada uno de nosotros y no para el que está al lado mío o para la otra comunidad o para el otro sector político. Dejemos que Cristo, el Resucitado, junto con la acción del Espíritu Santo nos sorprendan a través del Papa y, sobre todo, abramos nuestros oídos, nuestros ojos y nuestro corazón, para percibir y palpitar cada instante de su visita con la actitud de quien se deja «conmover», es decir, «mover» a lo que es más humano, más comunitario, más favorable para los desposeídos. ¡«Mover» a lo que es más de Cristo!
Dios nos creó libres y nos ama libres. Cristo, mediante Francisco, no tocará nuestro corazón si nuestra voluntad no quiere dejarse conmover por Él. El Papa, entonces, será simplemente una figura más o menos interesante que pasó por nuestras ciudades y por mi historia. De aquí que su visita dependa de la capacidad de cada uno de recibirlo como un «pariente querido», como un padre y hermano que –porque habla en nombre de Cristo– nos deja más gratitud que nostalgia, más tareas desafiantes que sólo hermosos recuerdos, más compromiso de conversión que de seguir igual, más paz y alegría que desintegración y violencia.
+ Santiago Silva Retamales
Obispo Castrense de Chile
Presidente de la Cech
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