Hoy la Iglesia celebra la fiesta del Bautismo del Señor y, tras la pausa del año pasado, debido a la pandemia, el Papa Francisco retoma la costumbre de impartir, en este domingo, el bautismo a algunos hijos recién nacidos de empleados del Vaticano. En esta ocasión, dieciséis niños y niñas reciben el sacramento de manos del Papa, que les introduce en la vida cristiana en un contexto muy especial: la Capilla Sixtina. La última vez, el 12 de enero de 2020, habían sido 32, y el Papa había pronunciado una breve homilía de forma improvisada para no "cansar" a los pequeños y a sus padres que se debatían entre gritos y llantos, especialmente a las madres a las que Francisco había dicho que se sintieran libres de amamantar a sus bebés allí en la Capilla.
"Queridos niños, con gran alegría la Iglesia os acoge", dice el Papa antes de marcar en cada uno de ellos, traídos al Papa por sus padres, el signo distintivo de la fe cristiana, la señal de la cruz. La homilía del Papa Francisco es muy breve e improvisada, como ya había hecho en el pasado en la misma ocasión.
Hoy conmemoramos el Bautismo del Señor. Hay un himno litúrgico muy bello -en la fiesta de hoy- que dice que el pueblo de Israel fue al Jordán con los pies descalzos y el alma desnuda, es decir, un alma que quería ser bañada por Dios, que no tenía riquezas, que necesitaba a Dios. Estos niños vienen hoy aquí con los pies descalzos y el alma desnuda para recibir la justificación de Dios, la fuerza de Jesús, la fuerza para seguir adelante en la vida, para recibir la identidad cristiana. Es esto, sencillamente. Sus hijos recibirán hoy su identidad cristiana. Y vosotros, padres y padrinos, debéis custodiar esta identidad. Este es su trabajo a lo largo de su vida: custodiar la identidad cristiana de sus hijos. Es un trabajo de todos los días, hacerlos crecer con la luz que recibirán hoy. Eso es todo lo que quería decir.
“Este es el mensaje de hoy: custodiar la identidad cristiana que habéis traído hoy para que vuestros hijos la reciban.”
En cuanto a esta ceremonia... es un poco larga, los niños se sienten extraños aquí en un entorno que no conocen. Por favor: son los protagonistas de la ceremonia. Procuren que no tengan mucho calor, libérenlos de cosas, háganlos sentir cómodos, bien, y si tienen hambre, aliméntenlos tranquilamente aquí, frente al Señor. No hay problema. Y si gritan, que griten, porque tienen un espíritu de comunidad, [...], podemos decir un "espíritu de banda", un espíritu de estar juntos, y basta con que uno empiece para que todos se [vuelvan] musicales y la orquesta surja inmediatamente. Dejad que lloren tranquilamente, que se sientan libres, pero que no sientan demasiado calor, y si tienen hambre, que no la tengan. Y así, con esta paz, avancemos en la ceremonia y no olvidemos: ellos recibirán la identidad cristiana y vuestra tarea será custodiar esta identidad cristiana.
Después de la invocación a todos los Santos, los dos concelebrantes, el Cardenal Konrad Krajewski, Limosnero Apostólico, y Monseñor Fernando Vérgez Alzaga, Presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, marcaron a cada recién nacido en el pecho con el aceite consagrado, signo de alimento y defensa para la inevitable lucha contra el pecado y de consuelo para las inevitables heridas. A continuación, el Papa leyó las fórmulas posteriores del rito y la profesión de fe pronunciada por los padres y padrinos declarando su renuncia al demonio, a sus obras y a sus seducciones. Finalmente, uno a uno los recién nacidos fueron llevados a la pila bautismal y Francisco virtió el agua bendita sobre la cabeza de cada uno. A continuación, se entregó a los pequeños la túnica blanca, símbolo del renacimiento como nuevas criaturas, y luego la luz de Cristo: cada padre, acercándose al cirio pascual enciende su propio cirio, es la luz que acompañará a los padres en el testimonio de fe de sus hijos. Al final de la celebración, el Papa Francisco se detuvo a saludar a cada una de las familias presentes y a dar otra caricia cariñosa a sus pequeños.
(Traducción de la homilía no oficial)
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