Cuando la Virgen María visitó a su prima Isabel, recibió de parte de ella una hermosa bienaventuranza: “¡Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor!” Lc 1, 45. Los invito en esta Navidad a descubrir juntos qué nos enseña la fe de la Madre de Dios, especialmente a nuestra querida comunidad castrense del Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y Carabineros de Chile.
La fe de la Virgen María nos enseña en primer lugar a creer que Jesús es Dios. Que nació por obra del Espíritu Santo en su vientre materno. Es el Dios-con-nosotros, el Emmanuel que habitó entre nosotros. La fe mariana nos recuerda que no estamos solos, que no somos producto del azar o del destino sin sentido. Dios nunca nos abandona, es fiel y está presente en nuestra vida real y cotidiana. Dios, en la persona de Jesús, nace humilde y pobre, perseguido y exiliado, vulnerable y accesible, cercano y bueno, eterno y mortal. Habla nuestro idioma, vive en nuestras casas, en nuestro lugar de trabajo, en nuestro pueblo y dedica toda su vida a realizar en comunidad el bien. Un Dios que camina sin ruido, en lo pequeño, en el corazón herido de las personas y haciendo propio los gozos y las esperanzas, las angustias y las tristezas de cada persona. Un Dios que nos habita en lo más interior de nosotros mismos. Que nace, crece y santifica a todos los que le hacemos espacio en el pesebre de nuestro corazón, en nuestras instituciones castrenses y en la historia del país. Jesús es el Dios que quiere pasar por nuestra vida animándonos con su Espíritu de amor misericordioso para que aprendamos a ser su familia y ayudarle a crecer en comunión fraterna y solidaria.
La Virgen María nos enseña también con su fe, a descifrar y hacer la voluntad de Dios como su Hijo Jesús, que tiene como alimento principal realizar la voluntad de Dios. Fe que nos hace discernir los signos de los tiempos y los talentos y carismas que nos ha regalado para encontrar la vocación original y única que nos hace experimentar que somos útiles y que nuestro aporte siembra esperanza y construye una sociedad mejor. Más fraterna y solidaria, más justa y pacífica, más unida y comprometida con los más pobres. La Madre de Jesús nos dice con su ejemplo que la mayor alegría consiste en servir como lo hace su Hijo Jesús. El que no ha venido a ser servido sino a servir. Que dedica cada segundo de su vida a donarse a sí mismo sanando a los enfermos, dando de comer a los hambrientos, perdonando los pecados, reconciliando a los hermanos peleados, resucitando a los muertos y dando su vida en la Cruz para enseñarnos que la vida se nos ha dado para ofrecerla por amor a Dios y al prójimo. Por amor a Dios, la Patria y a su bandera.
Otra cosa que nos enseña la Madre del Niño Dios es a no tener miedo ni a estar tristes. A no dejarnos derrotar por la desesperanza. Ella supo, apenas nació su Hijo Jesús, que una espada atravesaría su corazón. Así les dijo a la Virgen María y a su casto esposo san José el anciano Simeón cuando fueron a presentarlo al Templo de Jerusalén: “Mira, este niño está puesto para que muchos caigan y se eleven en Israel, y como un signo que provocará enfrentamientos, para que queden de manifiesto las intenciones de muchos. Y a ti, una espada te traspasará el alma” Lc 2, 34b - 35. Sabiendo la familia de Jesús desde el principio que este Niño trae la verdad que nos hace libres y el juicio que nos salva, reciben la fuerza del Espíritu para cumplir lo que se les ha encomendado. No se distraen ni decaen jamás. Es por eso que la Navidad es tiempo de conversión, de sincerar nuestras reales intenciones, de cambio de vida para crecer en sabiduría y generosidad. Tiempo de confianza plena en que podemos, unidos a Jesús y en comunidad, enfrentar cualquier desafío con serenidad de espíritu y fidelidad a lo que Dios nos pide cada día para ser buenos y hacer el bien. Para servir a Chile con toda el alma.
Gracias Santísima Virgen María porque en esta Navidad nos enseñas a aceptar el don de la fe que te hace cantar en tu Magníficat: “Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador, porque se fijó en la humildad de su servidora. Desde ahora, todas las generaciones me llamarán dichosa, porque obras grandes hizo en mí el Poderoso” Lc 1, 47 - 49ª
Esta es la fe de la Iglesia, nuestra Madre. Fe que nos hace creer que Dios está con nosotros y que nos habla con claridad para saber qué tenemos que hacer y para que, unidos al Señor, caminemos juntos, siempre confiados y alegres porque el Niño Dios nació en Belén y resucitó en Jerusalén.
¡Feliz Navidad para cada familia de nuestras instituciones castrenses con la compañía de los queridos capellanes!
+ Pedro Ossandón Buljevic
Obispo Castrense de Chile
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